lunes, 23 de abril de 2018

55. ¡CUANDO LA INCREDULIDAD, TOMA EL LUGAR DE LA FE!


24 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. 25 Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré. Juan 20. 

Si no viere… "De ninguna manera creeré". 
Dios siempre da a los hombres suficiente evidencia en la cual fundamentar su fe, y los que están dispuestos a aceptarla, siempre pueden hallar el camino para llegar al Señor. 
 Al mismo tiempo, el Altísimo no obliga a los hombres para que crean en contra de la voluntad de ellos, pues si así procediera él, los despojaría del derecho de usar su libre albedrío. 

 Si todos los hombres fueran como Tomás, las generaciones posteriores nunca podrían llegar a un conocimiento del Salvador. En realidad, nadie -fuera de los pocos centenares que con sus propios ojos vieron al Señor resucitado- habría creído en él. Pero a todos los que lo reciben por fe y creen en su nombre (ver com. cap. 1: 12), el cielo les reserva una bendición especial: "Bienaventurados los que no vieron, y creyeron" (cap. 20:29). CBA 

 ADIÓS AL REINO TERRENAL
 Cuando Cristo se encontró por primera vez con los discípulos en el aposento alto, Tomás no estaba con ellos. Oyó el informe de los demás y recibió abundantes pruebas de que Jesús había resucitado; pero la lobreguez y la incredulidad llenaban su alma. El oír a los discípulos hablar de las maravillosas manifestaciones del Salvador resucitado no hizo sino sumirlo en más profunda desesperación. 

 *Si Jesús hubiese resucitado realmente de los muertos no podía haber entonces otra esperanza de un reino terrenal. Y hería su vanidad el pensar que su Maestro se revelase a todos los discípulos excepto a él. Estaba resuelto a no creer, y por una semana entera reflexionó en su condición, que le parecía tanto más obscura en contraste con la esperanza y la fe de sus hermanos.
 Durante ese tiempo, declaró repetidas veces: "Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré." 

"No quería ver por los ojos de sus hermanos, ni ejercer fe por su testimonio. Amaba ardientemente a su Señor, pero permitía que los celos y la incredulidad dominasen su mente y corazón". 

 Unos cuantos de los discípulos hicieron entonces 
del familiar aposento alto su morada temporal, 
y a la noche se reunían todos excepto Tomás. 
Una noche, Tomás resolvió reunirse con los demás. A pesar de su incredulidad, tenía una débil esperanza de que fuese verdad la buena nueva. Mientras los discípulos estaban cenando, hablaban de las evidencias que Cristo les había dado en las profecías. 
Entonces "vino Jesús, las puertas cerradas, 
y púsose en medio, y dijo: Paz a vosotros."
 Volviéndose hacia Tomás dijo: 
"Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, 
y métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel." 
 Estas palabras demostraban que él conocía
 los pensamientos y las palabras de Tomás. 

El discípulo acosado por la duda sabía que ninguno de sus compañeros había visto a Jesús desde hacía una semana. No podían haber 748 hablado de su incredulidad al Maestro. Reconoció como su Señor al que tenía delante de sí. No deseaba otra prueba. Su corazón palpitó de gozo, y se echó a los pies de Jesús clamando: "¡Señor mío, y Dios mío!" Jesús aceptó este reconocimiento, pero reprendió suavemente su incredulidad: "Porque me has visto, Tomás, creíste: bienaventurados los que no vieron y creyeron." 

"La fe de Tomás habría sido más grata a Cristo si hubiese estado dispuesto a creer por el testimonio de sus hermanos". 

 *Si el mundo siguiese ahora el ejemplo de Tomás, nadie creería en la salvación; porque todos los que reciben a Cristo deben hacerlo por el testimonio de otros. 


 *Muchos aficionados a la duda se disculpan diciendo que si tuviesen las pruebas que Tomás recibió de sus compañeros, creerían. No comprenden que no solamente tienen esa prueba, sino mucho más. Muchos que, como Tomás, esperan que sea suprimida toda causa de duda, no realizarán nunca su deseo.

 "Quedan gradualmente confirmados en la incredulidad. 
Los que se acostumbran a mirar el lado sombrío, a murmurar y quejarse, no saben lo que hacen. 
Están sembrando las semillas de la duda, y segarán una cosecha de duda. En un tiempo en que la fe y la confianza son muy esenciales, muchos se hallarán así incapaces de esperar y creer".

 *En el trato que concedió a Tomás, Jesús dio una lección para sus seguidores. Su ejemplo demuestra cómo debemos tratar a aquellos cuya fe es débil y que dan realce a sus dudas. 

Jesús no abrumó a Tomás con reproches ni entró en controversia con él. Se reveló al que dudaba. Tomás había sido irrazonable al dictar las condiciones de su fe, pero Jesús, por su amor y consideración generosa, quebrantó todas las barreras.

 *La incredulidad queda rara vez vencida por la controversia. Se pone más bien en guardia y halla nuevo apoyo y excusa. 
Pero revélese a Jesús en su amor y misericordia como el Salvador crucificado, y de muchos labios antes indiferentes se oirá el reconocimiento de Tomás: "¡Señor mío, y Dios mío!" 
EGW DTG. MHP  

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